sábado, 10 de diciembre de 2011

Una estrella para la abuela

Miguelito sabe que la abuela no tardará en marcharse. Las arrugas de su rostro le recuerdan a la tierra arada en el huerto del abuelo Francisco. Desde que el abuelo se ha ido ya nadie cuida del huerto, porque a la abuela de Miguelito nunca le gustó el trabajo del campo, ella es más de ciudad y prefiere ir al bingo con sus amigas y pasear por las calles comerciales los sábados por la tarde, que es cuando hay más animación. A veces Miguelito la acompaña y esas tardes le acaba doliendo la barriga de comer tantas tortitas con nata. Es el niño de su clase que más tortitas con nata puede zamparse de golpe, aunque luego le sienten mal y despierte a su mamá por la noche entre sollozos y retortijones.

Hace mucho que no van juntos a merendar. Primero, porque la abuela se puso muy triste cuando el abuelo Francisco se marchó a la estrella en la que ahora vive; y después, porque desde entonces está siempre cansada y cada vez más arrugada. Miguelito sabe que cuando los abuelos se arrugan, se marchan a vivir a una estrella donde pueden hacer lo que más les guste todo el tiempo y, como el aire no pesa en el espacio, no se cansan de caminar porque flotan.

Su abuelo ahora vive en la estrella más brillante del cielo, una que se ve incluso de día si te fijas mucho, y parece que está más cerca que las demás. Allí se fue justo antes de las vacaciones de Semana Santa, su mamá dice que salió antes del Jueves Santo para no pillar atasco, que en cuanto empieza el buen tiempo la Vía Láctea, que es la autopista que va a las estrellas, se llena de gente y puedes tirarte semanas enteras atascado. Miguelito tuvo la suerte de despedirse de él cuando su mamá le dijo que ya tenía comprado el billete de autobús, y le dio un beso muy fuerte y le pidió que no dejara de escribirle y de mandarle postales desde las estrellas, porque si no sus amigos del cole no le creerían y se reirían de él.

Pero el abuelo Francisco nunca escribió ninguna carta, y a Miguelito empezaba a parecerle que había pasado demasiado tiempo, cuando a la abuela le llegó el paquete con el polvo mágico de estrella. Se asomó una noche al balcón y de repente le cayó encima una cajita de madera que, al abrirla, brillaba tanto que no se la podía mirar directamente. La cerró y descubrió, pegada debajo de la cajita, una nota del abuelo. Era la primera cosa que enviaba en un montón de tiempo. Miguelito no lo vio con sus propios ojos porque estaba durmiendo, pero sabe que fue justo como se lo explicó la abuela. Por eso Miguelito está hoy en la montaña con sus papás, sus tíos, sus primos y la abuela, que tiene una misión importantísima que le ha encargado el abuelo Francisco: esparcir el polvito mágico de estrella por la montaña para que se llene de flores.

Mamá le ha dicho a Miguelito que el año que viene volverán a la misma montaña a ver las flores que hayan crecido, y el niño mira con preocupación las arrugas de su abuela, esperando que le de tiempo a volver a la montaña, antes de que el abuelo le compre el billete de autobús para marcharse a vivir con él a esa estrella tan brillante que se ve incluso de día, si te fijas, claro.

5 comentarios:

  1. Gracias Carmen! y gracias por hacerte seguidora, cuántos años sin verte!

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  2. Siempre lo leeré con lágrimas en los ojos... Pero nunca me cansaré de leerlo.

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  3. uff, me ha emocionado... ¡Qué bonito!

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  4. Suscribo todos los comentarios, porque la emoción de este cuento se debe a que no es un cuento, y la autora nos transmite lo que ella siente y muchos compartimos.

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