Ante
esta situación, una de sus hermanas, que no tenía hijos, se hizo
cargo del gordito bebé, asumiendo totalmente su papel de madre, y
años después el de abuela de todos nosotros. En sintonía total, su
marido pasó a ser el abuelo y padre de mi padre.
Por
tanto, cuando tuve uso de razón (¡menudo término!), de pronto me
di cuenta de que tenía tres abuelos, y no dos como todos mis
amigos. Os soy sincero, no sólo no me preocupaba ni me planteé
jamás el porqué. Era una situación de distinción, que lo único
que podía traer eran ventajas...
Mi
infancia fue dirigida por tres caminos diferentes, que jamás se
unían ni se acercaban. Mis abuelos, todos ellos, actuaban de la
misma forma: me mostraban su mundo, cómo eran ellos, cómo se
comportaban, sin mencionar ni una sola vez a sus congéneres. Así
eran de chulos y de sobrados los tres.
Voy
a resumir lo que yo, como nieto desobediente y caprichoso (pero nunca
mimado) captaba de cada uno:
- ARTURO (o Don Arturo habitualmente, o Arturito en algunos círculos... el NINO para sus nietos)
Modelo
ejemplar de lo que son las relaciones sociales; imagen impecable,
cortesía extrema, educación sin límites, jamás una voz más alta,
impensable ningún tipo de violencia, la tolerancia personificada. No
hacía una concesión si no estabas dispuesto a recibirla. Todo su
agradecimiento lo expresaba con los ojos o con su sonrisa retenida,
nunca con la palabra.
Por
sus profesiones y vocaciones, que no tenían nada que ver, era muy
querido en los ambientes taurinos, flamencos y golfos de la época,
tanto como en los quirúrgicos y hospitalarios. Cosas de su
carácter...
Con
los años he concluido que se debía a su “saber flotar”, tanto
en términos políticos, como sociales, como familiares. Era un
maestro en el arte de no dar motivos.
- RAMÓN (el LALO para sus nietos)
Un
auténtico “currante”; trabajador en todo lo referente a curtidos
y pieles en la tienda de La Fuentecilla, una de las personas más
serias, formales y estrictas que he conocido, sin que eso le aportara
más gravedad de la necesaria. De hecho, murió de cirrosis, y no era
el chocolate lo que le gustaba... Su cumplimiento con el trabajo y
con su mujer, de la que estaba profundamente enamorado, era mayor que
la necesidad de salirse de la trazada. Permanentemente hablaba de
cómo se deben hacer las cosas, pero dirigiéndose a la humanidad, no
a su nieto. Era un filósofo, y comediante, capaz de imitar las voces
de los Reyes Magos, de sus pajes, y hasta de los camellos, cada 5 de
enero, haciéndonos creer que estaban todos allí, en el comedor de
casa. Para darle más verosimilitud, él mismo se bebía y se comía
el anís y las pastas que habíamos puesto los niños. Un encanto,
desinteresado y feliz.
- VICENTE (el ABUELO VICENTE para sus nietos)
Absolutamente
independiente, interesado, desconfiado, malpensado, siempre
cuantificándolo todo, y seguramente tan solo desde que murió su
mujer, que nunca supo salir de ese agujero de soledad. Era muy borde,
y muy distante, pero, si te fijabas bien, muy a menudo le corrían
lágrimas por las mejillas, especialmente con nosotros. Los pequeños
le preguntábamos qué te pasa, y siempre decía que se le había
metido algo en el ojo. Años después, me di cuenta de que todo era
emoción, y que, reconociendo que él no había participado
directamente, era feliz entre su familia, aunque no lo verbalizó
jamás.
Claro,
eso cuando le apetecía venir, porque solo se apuntaba algunos
domingos a comer y cuando había entradas para los toros. Esos días
íbamos con él mi padre y yo y siempre hacía la misma broma al
entrar a la plaza: le pedía las entradas a mi padre, y se las daba
al de la puerta diciendo:
- Toma,
el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo.
El
de la puerta cortaba el pico con una sonrisa, que le devolvía mi
abuelo... y ya era igual lo que hicieran los toreros esa tarde. El
había ocupado su lugar, y se le había reconocido (no podía ser de
otra manera, porque la verdad es que los tres cargamos con genes
idénticos; somos gotas de agua).
Cuando
no teníamos toros, dormitaba en un sillón en casa, mientras me
enseñaba a jugar al mus. Cuando fui mayor entendí lo que es “jugar
sin cartas”. Mi abuelo Vicente siempre me ganaba, sin verlas,
cortando el mus desde el inicio, y solo mirándome.
¡Ay!
Si esa inteligencia la hubiera utilizado de otra forma. Con orígenes
humildes, habría sido capaz de dirigir una multinacional. Tenía dos
virtudes: inagotable capacidad de trabajo y una enorme ambición.
Pero no vivió en el momento idóneo ni con la mejor actitud.
Pero
quiero dejar claro lo maravillosos que eran, lo muchísimo que
aprendí de ellos, y mi orgullo al presumir de haber tenido tres
abuelos ¡A CUAL MEJOR! Y de lo que pone en mi partida de bautismo:
Guillermo Arturo Vicente Ramón.