jueves, 15 de marzo de 2012

Mamá, la abuela está en la tele


- Mamá, ¿qué es ethno-pop?- preguntó la niña a su madre con la boca llena de pan con nocilla, mientras ésta planchaba la ropa. - No lo sé hija, qué cosas más raras preguntas- contestó la madre acompañando las palabras de su ya casi imperceptible acento ruso, doblando a duras penas una sábana de matrimonio. La niña volvió a la carga: - Mamá es que aparte de la abuela, yo no conozco a esas señoras-, la madre, desconcertada, levantó la cabeza de la tabla de planchar y miró hacia lo que tenía a su hija tan alucinada, para alucinar ella también en cuestión de segundos. - Esas señoras que están con la abuela en la tele, mamá, que no sé quiénes son- repitió la pequeña. En la televisión seis ancianas vestidas como si fueran matrioskas bailaban -o al menos lo intentaban, cada una a su ritmo- y cantaban una música endiablada, medio disco medio Kalinka, mientras eran aclamadas y su canción coreada por las centenas de personas que formaban el público de aquella gala televisiva. Su madre estaba en el centro y parecía la matrioska más chiquitina, la que está dentro de todas las demás y no sale hasta que abres la última. La estridente música no le permitió escuchar bien la letra, que estaba en inglés, aunque le pareció reconocer algunas palabras en udmurt, su lengua materna y la que todos hablaban en su pueblo, Buranovo. Cerró los ojos y los volvió a abrir para comprobar que se lo estaba imaginando. Pero no funcionó, las seis abuelas rusas seguían ahí meneando las faldas de sus trajes regionales. Buranovskiye Babushki, decían llamarse, e iban a representar a Rusia en Eurovisión. Se sentó, ojiplática, y miró a su hija que la miraba con naturalidad inusitada, como si ver a su abuela cantando por la tele vestida de matrioska fuera lo más normal del mundo. -No te preocupes Mamá, seguro que si no ganan, por lo menos quedarán segundas, ¡seguro!-. Y entonces aquella mujer rusa que ya llevaba más de diez años en España y hacía al menos dos que no volvía a su país, sintió pánico al imaginarse a sí misma en la tele, siendo entrevistada por alguno de esos odiosos presentadores de los programas del corazón españoles, y rezó por que a las Buranovskiye Babushki no les votara nadie. - Pero, ¿qué manía tienen ahora los abuelos con salir en la tele?-, preguntó a la pared. La niña se encogió de hombros y le dio otro mordisco al bocadillo al tiempo que coreaba con la boca llena: "party for everybody... come on and dance..."

jueves, 8 de marzo de 2012

A Mar le gusta el mar

La despertaron los primeros rayos de sol. Abrió la ventana y una leve brisa la despeinó. Decidió que iría a la playa, así, de repente. Vistiéndose con lo que tenía más a mano, salió de casa sin desayunar -ya tomaría un café con leche en alguna terraza del paseo- y echó a andar sin descanso hasta ver el mar. Hasta olerlo, hasta tocarlo con la punta de los dedos de los pies. Eso sería después de pisar la arena en lo que constituía la experiencia más maravillosa de año. Sus pies, pálidos como la cal tras meses escondidos de la luz del sol, se regocijaban de puro placer al entrar en contacto con el terciopelo templado de la arena. Eso era, como acariciar el fino terciopelo de la capa que un caballero medieval acabara de quitarse. Aún caliente por el roce de su piel, agradable y suave, acogedora. Una sensación sólo comparable al momento en que sus manos tomaban un puñado de aquella arena y la dejaban escurrirse entre los dedos muy despacio, grano a grano, para que el instante se hiciese eterno. El sonido del teléfono rompió la magia del momento. A Mar no le gustaba eso de los móviles, por ella no tendría ni teléfono fijo, pero su hija la necesitaba tener controlada a todas horas, era un martirio. Sin embargo, esta vez, no fue su hija. -Abuela- escuchó al otro lado de la línea -que hoy como contigo cuando salga del instituto- dijo su nieta -¿qué es ese ruido como de viento? ¿Dónde estás?- preguntó. Mar sabía que aquello era su hija hablando por boca de su nieta. -En la playa- contestó. La chiquilla hizo el intento de regañarla, pero no lo consiguió del todo -¿por qué te gusta tanto ir sola a la playa? cualquier día te pasa algo-, y Mar, sin pensárselo dos veces, le hizo a su nieta la declaración de principios más certera que era capaz. -A mi edad, lo que a una le gusta, hay que vivirlo intensamente porque nunca sabes cuándo va a ser la última vez-, y después de decirlo pensó que aquella afirmación se podía aplicar a cualquier edad, -a mi edad y a la tuya hija, a cualquier edad-. Mar no dijo nada más, colgó el teléfono, lo guardó en el bolso y se entregó al deleite de enterrarse a sí misma los pies, aplanando la arena con las manos cada vez que echaba un puñado.

jueves, 1 de marzo de 2012

Johnny Cash o la inmortalidad

I hurt myself today
to see if i still bleed,
i focus on the pain
the only thing that's real...

La voz rota, muy rota, de un anciano Johnny Cash desgrana la letra de un tema que no es suyo, pero parece escrito a su medida. Nine Inch Nails debieron de estar pensando en el bueno de Cash cuando compusieron Hurt. A medida que avanza la canción es como si esa voz ganase en tremor al compás de un piano in crescendo hasta alcanzar un punto álgido en el que, si no se te ponen los pelos de punta, es que estás muerto. Puedo imaginar al hombre de negro perplejo ante la propuesta del productor Rick Rubin en los estudios de American Recordings -¿Nine Inch qué?- preguntaría el rey del folk -Nine Inch Nails y Depeche Mode y U2- respondería el visionario Rubin. -U2, a esos los conozco- diría Cash. Y juntos se lanzarían a la aventura de grabar algunas de las versiones más maravillosas de la historia, porque en la voz de Johnny todo suena desgarrado y huele a güisqui y a anfetas, a América profunda, a profunda tristeza existencial. En la cuerda Floja (Walk the line), la película que en 2005 le valió un Oscar a Reese Witherspoon -y sorprendentemente no a Joaquim Phoenix-, me descubrió a un cantautor que, confieso con vergüenza, había pasado por alto. Me enamoré de ese Cash anciano, que enternece y entristece a partes iguales, y de esa mujer, la suya, June Carter, que estuvo a su lado hasta el final a pesar de que él siempre fue un yonki. Juntos se me metieron muy dentro cantando ese Bridge Over Troubled Waters, que no es sino un reflejo de sus vidas, en un momento en que yo misma necesitaba que alguien me tendiera un puente bajo los pies, donde lo que había era un abismo. El pasado domingo Johnny Cash hubiera cumplido 80 años, como mi padre, que tampoco sabía quiénes eran Depeche Mode. A los dos les declaro mi más sincera admiración: estéis donde estéis, se os echa de menos.

Johnny Cash nació el 26 de febrero de 1932 en Kingsland, Arkansas, y murió el 12 de septiembre de 2003 en Nashville, Tenesse, cuatro meses después que su esposa June Carter. El compositor de Hurt, Trent Reznor (Nine Inch Nails) afirma que no ha vuelto a escuchar su propia versión del tema desde que escuchó la de Cash.