Al verlos, lo primero que le vino a la cabeza fueron sus propios padres en la época en que aún salían juntos a la calle y él, muy coqueto, se negaba a usar bastón, apoyándose en el hombro de su mujer que tenía la espalda baldada por culpa del peso de su marido. Aunque nunca se quejó y siempre se lo permitió. Le tenía realmente muy consentido. Entonces el pensamiento dio un giro radical y ya no vio a sus padres, sino a sí misma, pequeñita y enjuta, soportando el peso de los más de metro ochenta centímetros de su chico cuando ambos fueran ancianos. Y se dio cuenta de que a su chico quizás le fallarían también las piernas, algún día, como a un viejo Gran Danés, y de que ella, como su madre, permitiría que la usara de bastón sin rechistar. Cuando se giró para volver a mirar a los ancianos, éstos ya doblaban la esquina de la calle. -Pues no iban tan lentos, no- se dijo mientras retomaba el camino al supermercado con el ánimo extrañamente más alegre. Era agradable imaginar una vejez bien acompañada.
¡¡¡FELIZ DÍA DEL ABUELO!!!
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