jueves, 26 de julio de 2012

Yo seré tu bastón

Se dirigía calle abajo camino del supermercado, con la actitud tediosa propia de quien no tiene ganas de hacer la compra, cuando se cruzó con ellos. Los dos ancianos presentaban un aspecto mucho más vital que ella a pesar de la edad que les separaba. Volvían precisamente de comprar, y no parecía resultarles nada tediosa aquella actividad. Ella era pequeñita y enjuta, probablemente lo había sido siempre; sin embargo, era fuerte porque soportaba dos pesos distintos. En su mano izquierda llevaba una bolsa llena de verdura de al menos tres kilos; y sobre su hombro derecho se apoyaba todo el peso del cuerpo de su marido, quien se servía de ella como bastón para caminar. Él, por su parte, debía de medir cerca de un metro noventa y la edad no le había encorvado demasiado. Era esbelto, con buena planta. De joven seguro que fue todo un galán, pero ahora le fallaban las piernas como a un viejo Gran Danés.

Al verlos, lo primero que le vino a la cabeza fueron sus propios padres en la época en que aún salían juntos a la calle y él, muy coqueto, se negaba a usar bastón, apoyándose en el hombro de su mujer que tenía la espalda baldada por culpa del peso de su marido. Aunque nunca se quejó y siempre se lo permitió. Le tenía realmente muy consentido. Entonces el pensamiento dio un giro radical y ya no vio a sus padres, sino a sí misma, pequeñita y enjuta, soportando el peso de los más de metro ochenta centímetros de su chico cuando ambos fueran ancianos. Y se dio cuenta de que a su chico quizás le fallarían también las piernas, algún día, como a un viejo Gran Danés, y de que ella, como su madre, permitiría que la usara de bastón sin rechistar. Cuando se giró para volver a mirar a los ancianos, éstos ya doblaban la esquina de la calle. -Pues no iban tan lentos, no- se dijo mientras retomaba el camino al supermercado con el ánimo extrañamente más alegre. Era agradable imaginar una vejez bien acompañada.

¡¡¡FELIZ DÍA DEL ABUELO!!!

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