sábado, 4 de febrero de 2012

El hombre del escarabajo rojo

Acababa de apearse de su escarabajo rojo recién salido del taller y estiraba sus doblemente entumecidas piernas -por la edad y por los 450 kilómetros de viaje-, cuando se le acercó un muchacho que había aparcado un magnífico ejemplar amarillo del año 69. -¿Usted no es Matías, el miliciano?- Eso le dijo, así, a bocajarro. -Depende de quién lo pregunte- respondió quien efectivamente era Matías, el miliciano. No era una pregunta que le hiciesen habitualmente, al menos no antes de que su retrato apareciera en uno de los periódicos de mayor tirada junto a la historia de su vida, una vida de guerra, penurias, hambre, prisión y trabajos forzados. Una vida que se esforzó por contarle a aquel periodista tres años antes, que no por recordarla, pues olvidar lo que se dice olvidar, no iba a olvidarlo nunca. Su madre no le dejó alistarse a los dieciséis y gracias a eso se libró de la matanza de diez milicianos de las Juventudes Socialistas a manos de las tropas italianas en Gajanejos (Guadalajara), a finales del 36; sin embargo, su cabezonería y la pobreza pudieron con el afán de protección de su progenitora y en el 37 se enroló y luchó en Teruel unos meses, para partir después hacia aquel pueblo de Guadalajara donde continuaban los combates. Donde, de hecho, continuaron los combates toda la guerra. Matías lo recuerda todo con claridad meridiana, y nunca olvida una cara ni un nombre. Por eso le escamó la pregunta del chaval del escarabajo amarillo, que seguía ahí frente a él esperando una respuesta. -Mire, es que le vi en el periódico hace un par de años y quería que supiese que estoy con ustedes en el tema de buscar a los muertos por la dictadura y tal...-. Matías le miró con gesto de encoger los hombros, pero sin llegar a hacerlo. -Soy de Orba y mi abuelo era falangista... concejal de obras públicas... quería que lo supiera-. El anciano de 91 años que es capaz de conducir kilómetros en su escarabajo rojo para no perderse una concentración acababa de envejecer cincuenta años, y eso que a su edad es difícil parecer más viejo. La posguerra en su pueblo natal, Orba, fue un calvario gracias a los alcaldes de la Falange que se sucedieron tras su liberación del antiguo sanatorio-prisión de Portaceli. Todo esto y muchas más cosas le había contado al periodista que escribió el artículo que le haría famoso en toda la comarca de la Marina Alta, pero encontrarse cara a cara con el nieto de uno de sus torturadores era algo que no cabía en sus planes.
-Pues no sé que decirte, muchacho, no sé qué esperas que te diga- le dijo, sin demasiada convicción. -No espero nada, señor Matías, solo que sepa que estoy con usted, con todos ustedes. Que yo no soy mi abuelo-. Un ligerísimo "gracias" se escapó de entre sus labios. Juan Matías Marhuenda, el último miliciano vivo del batallón Alicante Rojo se había roto por dentro una vez más. Ya no está a salvo de su pasado ni en las concentraciones de beetles. Y es que ahora que todo está saliendo a la luz de nuevo, desearía no haber vivido tantos años con tal de no presenciar el vergonzoso espectáculo de un país que no es capaz de reparar a las víctimas de una guerra que, 75 años después, aún no ha terminado.

Este texto es un relato ficcionado basado en la historia de Juan Matías Marhuenda publicada en El País, edición Comunidad Valenciana, en 2009.

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