domingo, 23 de septiembre de 2012

El barrio viejo

Ese señor del bastón es el que nos arreglaba el calentador a todo el barrio, me dice señalando al anciano inquieto que recorre la sala de punta a punta. Lleva tirantes y camina muy erguido, un poco con cara de susto. A nadie le gusta que le saquen sangre a las 8 de la mañana. Todos parecen cerdos camino al matadero. Imagínatelo con treinta años menos, a ver si te acuerdas de él, venía siempre. Qué pena, está viejísimo. Él y todos los demás, pienso, es ley de vida, el barrio ha envejecido mucho en los últimos años y verlo día a día no debe de ser muy agradable pero, reitero, es ley de vida. Y ella mientras tanto se abanica con el volante del médico y se queja de la espera. Se ha vuelto muy impaciente y lo quiere todo ahora, ya, como una adolescente. Hace un momento ha venido a saludarnos la vecina del primero con su nieta, que ya tendrá 12 años y nos escudriña con unos enormes ojos negros como los de su abuela. Esta es la mayor de Cristina, ha dicho, y yo me he itentado acordar de la última vez que vi a Cristina, que es de la edad de mi hermana, con un carrito de bebé. Ella pone cara de pena, suspira y le explica a la vecina lo del dolor que tiene en el hígado, que se lo están mirando los médicos, que la está matando, que para estar así de mal prefiere morirse. De la depresión no le dice nada.

De vuelta a casa parece que no va a poder caminar pero, alentada por a seguridad de mi brazo, se acelera para que la calle no se le haga tan larga, y comenta apesadumbrada que en los análisis le va a salir de todo. Azúcar alto, colesterol, ácido úrico... Voy  tener de todo, ya verás. Y qué quieres, pienso, con 77 años qué quieres. Y es que no tiene mucho más, pero a ella se le hace un mundo. De la depresión sigue sin decir nada. En el portal nos encontramos a la peluquera, que la anima a bajar a peinarse, Ay hija, si yo pudiera... y en el ascensor coincidimos con la señora del sexto, que nunca he sabido cómo se llama pero que tenía muchos hijos todos ellos muy altos y desgarbados. Nos mira preocupada y le dice que después le hará una visita. No mujer, no te preocupes, si me voy directa a la cama. Y se va, nada más entrar por la puerta. Ya a solas con el silencio de la mañana en este barrio cada vez más envejecido me pregunto qué se siente al perder la ilusión y el interés por todo aquello que te rodea y, sobre todo, si existe una receta mágica para recuperar las ganas de vivir. La respuesta está frente a mí: una funda de cuero con 7 cajitas con los días de la semana escritos en la tapa, divididas en 4 compartimentos cada una, llenas todas ellas de al menos 7 pastillas, todas diferentes. Ésa es la receta mágica. Lo que pasa es que no funciona.

3 comentarios:

  1. Como siempre, Madame Blanche, la calidad literaria es insuperable cuando se escribe desde el corazón, como en este caso.
    Nada que comentar, ya lo has dicho todo.

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  2. Sensacional, por lo íntimo de tus palabras y tus sentimientos.

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  3. Gracias Pilar!este blog está pidiendo a gritos entradas nuevas... pero no tengo tiempo!gracias por vuestra fidelidad

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